AÑO: 1995
DURACIÓN: 112 min.
DIRECTOR: Mike Figgis
GUIÓN: Mike Figgis (novela: John O'Brien)
BANDA SONORA: Mike Figgis
FOTOGRAFÍA: Declan Quinn
MONTAJE: John Smith
PRINCIPALES INTÉRPRETES: Nicolas Cage, Elisabeth Shue, Julian Sands, Richard Lewis, Steven Weber, Valeria Golino, Laurie Metcalf, Vincent Ward, Danny Huston, Bob Rafelson, Marc Coppola, Carey Lowell, R. Lee Ermey
Retratar trastornos o adicciones es un modo muy sencillo y manido de impactar a una audiencia, sobre todo si dichos problemas parten de situaciones comunes a casi todos. El alcoholismo es especialmente adecuado para ello, ya que todo el mundo ha probado alguna vez el alcohol, y raro es el que no se ha tomado algunas copas de más y en otra ocasión ha tenido que ayudar a un amigo que hizo lo propio. Es decir, conocemos ambos roles: víctima (no siempre llega a tal extremo, pero en esta película sí) del alcohol y víctima del alcohólico. La moralina estaba servida, sólo había que llevar situaciones hasta el extremo y remarcar los efectos nocivos del alcohol hasta la saciedad. Pero John O'Brien no siguió esa tendencia en su novela, y decidió relatar el hundimiento de un guionista que le lleva a conocer al gran amor de su vida, siendo el alcohol un personaje más en la historia, y no el villano propiamente dicho. Mike Figgis al adaptarla se decantó por enfatizar el aspecto romántico y de vacío existencial, mostrando la adicción como un factor negativo, pero que surge de otros incluso peores. Es decir, nos encontramos ante un romance entre dos seres que se encuentran perdidos y solos en el mundo: un alcohólico que se derrumba, Ben Sanderson, y una prostituta desamparada, Sera.
Ben, interpretado estupendamente por Nicolas Cage en un papel perfecto para su habitual tendencia al exceso, pierde su trabajo como guionista y sus amigos por culpa de su adicción a la bebida. ¿Y por qué se da a la bebida? Bueno, ni él recuerda qué vino antes, si el alcoholismo o su divorcio, pero lo que está claro es que algo no debía de ir bien en su vacua vida. Por eso decide ponerle fin a través de las bebidas destiladas aprovechando sus últimos días para vivir al límite en la ciudad del vicio por antonomasia: Las Vegas. En cuanto llega al motel llena su despensa con alcohol, bebe un buen trago para no ser afectado por el síndrome de abstinencia (los temblores y sudores son habituales en él) y se lanza a la ciudad del juego. Poco después conocerá a Sera, a la que da vida Elisabeth Shue, una hermosa prostituta a la que llevará a su habitación para tener una noche loca de sexo y alcohol, pero finalmente lo que habrá es una sencilla noche de compañía y charla en la cama, eso sí, con algo de bebida. Al día siguiente Sera buscará a Ben para simplemente hablar con él de nuevo, ya que parece ser la única alma en pena con la que se siente a gusto en una ciudad tan poblada pero a la vez solitaria como Las Vegas. Ambos no tardarán mucho en darse cuenta del gran amor que se profesan.
El gran acierto de este film es, como ya dije, plantearlo como un romance entre dos seres marginados, perdidos e incomprendidos, y no convertirlo en un simple panfleto anti-alcohol. El alcoholismo es mostrado del modo más crudo y realista, sin duda, pero Mike Figgis no pretende darnos una lección sobre sus consecuencias. No busca educarnos, simplemente nos muestra a este personaje, Ben, con un gran vacío existencial que le lleva a elegir su propia muerte, suavizando la dura etapa que está pasando a través de la adicción. La película tampoco intenta ocultar algo evidente: su relación está condenada al fracaso y la tragedia. Aunque se amen de un modo incondicional, Ben no está dispuesto a dejar el alcohol a estas alturas, y no por la simple adicción y el temor al síndrome de abstinencia, sino porque se sigue sintiendo totalmente perdido en este mundo a pesar de que haya encontrado a su gran amor. Por ese motivo está claro que no podrán compartir una feliz vida en pareja. Además, las declaraciones de Sera hacia la cámara hablando sobre Ben que se suceden a lo largo del film como modo de otorgar cohesión a los distintos fragmentos son una evidente prueba de ello (no realizaría declaraciones si no hubiera ocurrido algo grave en torno a él). Su muerte es presentida desde el primer momento, y no sólo por esos motivos, sino también por la estética conferida por Mike Figgis. Todos los ambientes mostrados están muy degradados, y, cuando no es así, es el propio Ben el encargado de hacerlo con su simple presencia. Botellas vacías por todos lados, basura acumulándose por las esquinas, un entorno especialmente oscuro y violento... Todo nos hace presagiar que las cosas no van a acabar bien para Ben y Sera.
Aunque esta película es recordada sobre todo por las continuas ingestas de alcohol por parte de Ben, lo cierto es que no trata sobre el alcoholismo, sino sobre la soledad, pérdida de identidad, vacío existencial, sensación de sentirse perdido y desamparo. En resumen, no profundiza en la adicción, ni pretende darnos lecciones sobre ella, lo hace en aquellas sensaciones que nos pueden llevar a entregarnos a ella, ya sea el alcohol, el juego, las drogas, el sexo, etc. Ése es el gran acierto del film, haber creado una película descriptiva sobre unos personajes marginados que se aceptan tal y como son para disfrutar de su compañía, aún sabiendo que su relación está destinada al fracaso precisamente por no pedirse el uno al otro que cambien. Y el motivo que los unió, el alcohol, será también el final de su felicidad compartida.