18 oct 2008

Lujosos chicles y alambres.

'The Game'



AÑO: 1997
DURACIÓN: 128 min.
DIRECTOR: David Fincher
GUIÓN: John Brancato, Michael Ferris
BANDA SONORA: Howard Shore
FOTOGRAFÍA: Harris Savides
MONTAJE: James Haygood
PRINCIPALES INTÉRPRETES: Michael Douglas, Sean Penn, James Rebhorn, Deborah Kara Unger, Peter Donat, Carroll Baker, Armin Mueller-Stahl, Anna Katarina





Pocos cineastas me han producido sentimientos tan encontrados como el tan admirado y copiado hasta la saciedad David Fincher. Comencé viendo su magnífica Se7en, en la cual ya vislumbré su tendencia al cuidado visual y la creación de atmósferas angustiosas y/o agresivas. Mi siguiente paso dentro de su filmografía fue The Fight Club, esa cinta de culto que a tantos ha cautivado hasta ahora, pero que para mí sólo simboliza la máxima expresión de la hipocresía dentro del cine (no me explayaré ahora sobre este tema, que daría para bastantes párrafos). Por suerte, tras pensar que el autor había sido destrozado por su propio estilo al llevarlo al exceso, llegó la excelente Zodiac, donde fue capaz de callarme la boca al saber aunar su sello autoral con una elegancia que hasta ahora nunca había mostrado. Entonces me animé a ver The Game, esta cinta protagonizada por los siempre eficaces Michael Douglas y Sean Penn, ya que las reticencias que anteriormente tenía habían desaparecido tras su última obra.

Lo cierto es que el trabajo de Sean Penn (que sustituyó a última hora a Jodie Foster) está más cerca del cameo que del papel secundario.En ella nos narra la historia de un exitoso pero amargado hombre de negocios, Nicholas Van Orton (Michael Douglas, que quedó parcialmente encasillado en el papel de ejecutivo tras ganar un Oscar por interpretar al inversor Gordon Gekko en la recomendable Wall Street de Oliver Stone), que el día de su cumpleaños recibe un regalo de su hermano (Sean Penn), el cual consiste en una tarjeta-regalo de una empresa llamada CRS, la cual, según sus propias palabras, “hace la vida más fácil”. Tras la desconfianza inicial, tanto hacia su hermano como hacia la empresa, decide llamarles, por curiosidad más que por otra cosa, y entonces comienza una pesadilla que jamás se habría imaginado.


El film acierta de lleno en la transmisión de la angustia e inestabilidad mental de su protagonista, que llegará a extremos insospechados al comienzo.


Si en Se7en David Fincher creaba una atmósfera opresiva y angustiosa en general, aquí lo realiza únicamente alrededor del personaje de Michael Douglas. Pero eso no supone una limitación de sus facultades o un simple error por su parte, sino la correcta aplicación de sus constantes autorales al contexto del film. En la primera cualquiera podía ser la víctima del asesino en serie encarnado por Kevin Spacey, pero aquí la única víctima de la pesadilla es Nicholas. En ese sentido, en el intento de transmitir la angustia de un único personaje y no tanto de desgranar su mente, moral o intenciones, podríamos compararla con After Hours, de Scorsese, aquel film donde se nos narraba otra pesadilla vivida a lo largo de una noche por un informático en el Soho neoyorquino. El inicio de la pesadilla es muy diferente en ambos casos: Nicholas la comienza llamando a una empresa, Paul Hackett (Griffin Dunne) quedando con una chica a la que acaba de conocer con la esperanza de acostarse con ella. La naturaleza de la pesadilla también varía notablemente, ya que mientras en la cinta de Fincher nos encontramos con una serie de sucesos relacionados entre sí de carácter casi paranoico, en la de Scorsese asistimos a una cadena de episodios, a cada cual más catastrófico (por cierto, todos con una mujer relacionada, algo inusitado en el cine de Martin), pero creíbles de manera individual. Sin embargo ambos comparten ese aspecto ya comentado: se centran en transmitir la angustia de su protagonista, aunque lo hagan de modos diferentes. Scorsese se decanta por intentar poner al espectador en la piel de Paul en lo que a sus reacciones se refiere, a la vez que con su habitual manejo de la cámara no da tregua al espectador entre episodio y episodio. Fincher prefiere crear una atmósfera que sea la que transmita esa angustia, a la vez que la propia historia siembra la desconfianza hacia cada esquina o personaje que aparece. Ambos salen muy bien parados en sus intenciones (algo más Scorsese que Fincher, incluso partiendo de un personaje más plano como es ese yuppie neoyorquino), pero The Game tiene una clara debilidad: su guión.

A partir de esta escena uno ya comienza a sospechar que el guión puede derivar hacia lo absurdo o incluso incoherente.No es que nos encontremos ante una mala historia, unos personajes increíblemente pobres o incoherentes o un desarrollo inadecuado por aburrido. El espectador rara vez se aburrirá con esta intriga magníficamente rodada por Fincher, como es habitual en él (incluso en la falsísima The Fight Club), con mención especial para la fotografía de Savides; verá a un creíble personaje muy bien encarnado por Michael Douglas y deseará que la historia continúe con el fin de saber cuál es la verdadera naturaleza de ese juego. El problema vendrá cuando lo descubra. Entonces sólo cabrá dos posibilidades: que el globo se desinfle por completo y el espectador se sienta estafado, o bien que admita los defectos de ese guión que difícilmente se sostendrá a partir de ese momento pero que también sepa apreciar las virtudes de esta cinta de suspense. Aquí no hay posibilidad de encajar las piezas, así que no os esforcéis. Esto no es Memento. Esto no es The Sixth Sense. Esto no es Los otros. Esto es un juego de David Fincher, que o bien te entretiene y captura, o bien te entretiene y estafa. Cuando acabó me di cuenta de que no se merecía aquellas enormes reticencias a verla que tenía. Pero, la verdad, sí se merecía alguna.

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